sábado, 19 de diciembre de 2015

QUERUBINES Y ANGELES DE LA GUARDIA

Querubines y ángeles de la guarda
El ministro del Interior tiene la suerte de tener un Pepito Grillo personal que se llama Marcelo
Me pasé media infancia, como es de rigor en España, un país teocrático como ha sido siempre, y como de mil modos y maneras aún sigue siendo, rezando al ángel de la guarda. Ese mantra nocturno infantil, aparentemente cálido e inofensivo, de “no me desampares ni de noche ni de día…” es, en realidad, una herramienta más del lavado de cerebro que nos infligen con el objeto de someternos afectiva y emocionalmente, desde el mismo momento en que nacemos, al mecanismo voraz de la religión, y al pensamiento totalitario, sumiso e irracional que conlleva.
Pero lo cierto es que no tenía muy claro que me protegiera de nada, por más que se lo pedía. Porque la realidad es que los ángeles no existen; o sí, pero son otros. Pero hay quien tiene mucha más suerte que yo. El ministro del Interior, sin ir más lejos. Tiene la suerte de tener un Pepito Grillo personal. Se llama Marcelo. Y habla con él. Y hasta le ayuda a encontrar aparcamiento. ¡Jo! ¡¡es un gran suertudo!! Pero claro, es que es un ministro, y es un ferviente creyente en los dogmas religiosos. Claro, así se puede. Yo, en cambio, la verdad, desde que empecé a tener uso de razón nunca tuve nada claro sobre ese respecto, y, lo confieso, casi todas esas cosas teológicas que me contaban me olían mucho a chamusquina.
¡¡Y mira que reflexionaba!! Me pasé días pensando en Adán y Eva, por ejemplo. No acababa de encajar en mi mente infantil aquello de que tuvieron dos hijos y que todos descendíamos de ellos. Si eso era así, Eva había tenido hijos también con alguno de sus hijos. No había otra opción. Es de Perogrullo. Hasta que un día, armada de valor, aunque yo era una niña muy tímida, le pregunté al respecto al cura en una de sus charlas escolares. Y casi se puso morado. Lo recuerdo muy bien. Y recuerdo su respuesta, era la respuesta de siempre ante cualquier duda; casi inentendible y entre balbuceos, dijo: “No hay que pensar. Hay que tener fe. Y tener fe es creer lo que dice la santa madre iglesia. Sin rechistar”. En fin, me quedó muy claro todo, especialmente que aquello de la fe me parecía un camelo monumental y que no iba conmigo. Y no iba conmigo, ahora lo entiendo, porque, como dijo el maravilloso científico Carl Sagan, yo quería saber, no quería creer. Y ambos conceptos son incompatibles, exactamente porque son contrapuestos.
Estoy segura de que el señor ministro del Interior es un hombre intelectualmente inteligente. Mucha gente se pregunta cómo es posible que personas lúcidas a nivel intelectual puedan llegar a discernir con el más absurdo de los infantilismos en otros niveles. Es evidente que la superstición religiosa idiotiza las neuronas de las sociedades y de los individuos. Y es que la presión coercitiva y el adoctrinamiento, religioso o de cualquier tipo (“lavado de cerebro” en términos coloquiales), no actúan directamente sobre la mente racional (eso viene después), sino sobre la emocional y la afectiva. Nadie duda, por ejemplo, que los terroristas religiosos que se autoinmolan después de asesinar a cientos de personas sean personas mínimamente inteligentes; sin embargo, por el proceso coercitivo de manipulación que han padecido, son capaces de creer a pies juntillas que cuando mueran irán a un paraíso con siete mujeres por cabeza. Lo mismo que el ministro del Interior cree a pies juntillas que existe un tal Marcelo, su ángel de la guarda, que vela por él y hasta le facilita las tareas cotidianas más prosaicas, como encontrar aparcamiento. Se le tenía que haber cedido a Rajoy por unos días, por cierto. Se trata, en esencia, de la mente mágica, supersticiosa, absurda, fanática e irracional que crean en sus adeptos las religiones.
Ahora bien, el señor ministro, como cualquier ser humano, puede creer en Marcelo, en los querubines alados, en los unicornios voladores o en el monstruo del lago Ness. La libertad de conciencia es un derecho básico de todas las personas, sin excepción (que tomen buena nota los creyentes en mitologías). El problema es la injerencia de esas creencias en los asuntos de todos, en el Estado. Ése es el problema. Y también lo es que el Estado español le siga regalando en el siglo XXI anualmente a la Iglesia del tal Marcelo una cantidad de dinero desorbitada, exactamente 11.000.000.000 de euros sólo de los PGE, cantidad que debería ir destinada a atender las necesidades básicas de los ciudadanos más desprotegidos, como la sanidad, la educación, la atención a la tercera edad y a los dependientes, o los servicios sociales más elementales. Porque yo voy por la calle y veo a mucha gente tirada en el suelo.
En cualquier caso, el peligro radica en que, como decía Voltaire, quienes pueden hacer que creas absurdos pueden hacer que cometas atrocidades. Hace poco lo hemos visto en Paris; y lo sufrimos con el atentado de Atocha. Y la humanidad entera lo lleva padeciendo a lo largo de su historia. Y, sin embargo, en plena época electoral, muy pocos candidatos hablan en sus debates y en sus programas de algo tan importante como la separación Iglesias y Estado. Poco nos puede extrañar, por tanto, tener ministros que condecoran a las vírgenes por mérito policial, o que inauguran cuarteles con obispos, o que solucionan la crisis rezando a la virgen, o que hablan con duendes y elfos.

Coral Bravo es Doctora en Filología

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